Cuando el secreto de la felicidad es aprender a conformarse
No sé dónde escuché que el secreto de la felicidad es aprender a conformarse. Recuerdo que aquella frase me pareció ofensiva, casi diabólica: la palabra conformidad me repele, es como el interruptor que dispara todas mis alarmas. Porque la conformidad es aburrida, ¿y quién podría ser feliz aceptando una vida aburrida?
Por aquel entonces me había mudado por infinitésima vez de ciudad en mis cortos años de vida. No sé si estaba en Madrid, Francia, Polonia o Barcelona. Mi definición de felicidad era no tener el culo quieto: asentarse en algún lugar significaba quedar abocada a una vida común, vulgar, a una vida a la que todo el mundo aspiraba y que yo, como criatura única y especial, debía evitar a toda costa.
Supongo, lector, que no te sorprenderás si te digo que feliz, lo que se dice feliz, no lo era mucho. Mi vida era una montaña rusa y lo único que había conseguido sembrar en todos aquellos años de mudanzas indefinidas había sido un trastorno de ansiedad fuerte que no me dejaba dormir por las noches y me mantenía alerta y nerviosa durante el día. Mi cerebro me decía que había peligro, pero yo no sabía dónde. “Pues yo qué sé, pero algo malo pasa”, insistía él.
Y, realmente, era verdad: algo malo pasaba. Necesitaba asentarme. Necesitaba rutina. Necesitaba la paz mental que me estaba negando por tener una vida llena de aventuras y estímulos a tutiplén.
Pero, oye, ¿no era eso lo que yo ansiaba desde pequeña? ¿No era ese mi sueño? ¿Acaso no estaba persiguiendo lo que siempre había querido?
Periodista o periodista
Había dos problemas: el primero, que yo lo que quería realmente era ser periodista-corresponsal. El segundo: que enlazar becas y prácticas por todo el mundo para lograr esa meta sin ver resultado alguno me estaba destrozando por dentro. El periodismo es uno de los oficios menos valorados del mundo -y peor pagados-. Aún así, yo quería ser periodista. Quería ser corresponsal, cubrir guerras, cubrir desastres, dejar mi huella en el mundo a través de mis artículos… Pero me estaba dando de cabezazos contra la misma pared todo el tiempo, esperando crear algún día un hoyo lo suficientemente profundo como para atravesarla y conseguir, por fin, entrar en ese mundo y ser profesional de la comunicación.
Tras mis terceras prácticas mal remuneradas en un gran medio argentino me di cuenta de una cosa: por tercera vez consecutiva, odiaba lo que estaba haciendo. No veía la hora de salirme de ahí. No entendía por qué. ¿Por qué odiaba hacer ese trabajo si era lo que llevaba años persiguiendo? ¿Por qué había odiado ese trabajo la vez que había sido reportera de televisión? ¿Por qué había odiado ese trabajo la vez que había sido redactora de prensa? ¿Por qué lo odiaba ahora que era productora de un programa internacional en la mismísima Argentina?
¿No sería que, realmente, no me gustaba el periodismo?
Aprender a conformarte para ser feliz no es malo
A ver, realmente no es que odiara el periodismo. Pero sí odiaba el periodismo tal y como se practica en los grandes medios de comunicación: jornadas laborales de 10 horas, mal ambiente con los compañeros, cobertura de noticias usando como fuentes Twitter y otros medios un día después…
Tenía que aceptarlo: no sólo no conseguía ser periodista, sino que, si algún día llegaba a conseguirlo, no me iba a gustar serlo.
Pero aceptar aquello era como firmar una sentencia de muerte. Si no era periodista, ¿qué diablos iba a ser entonces?
Así que seguí nadando contracorriente, echando currículos en todos los medios de comunicación que me encontraba. Por supuesto, nadie me llamaba. Mientras tanto, regresé a Barcelona para continuar con mi trabajo de Marketing Digital en un despacho de abogados. Era un trabajo sencillo, que hacía bien, que me gustaba. Trabajaba -y trabajo- con un equipo con buen ambiente y ganaba mucho más de lo que nunca había ganado con el periodismo. Además, tenía las tardes libres, por lo que podía hacer encargos por mi cuenta. Empecé a publicar en VICE esporádicamente y a redactar webs para una diseñadora gráfica.
Sin darme cuenta me estaba asentando. Y me gustaba. Estaba cómoda. Cómoda…. Estaba conforme. ¡Conforme! ¡Oh, no! ¡Estaba conforme! ¡Me había conformado!
¡Tenía que cambiar eso inmediatamente!
¿No?
Pues igual no
Recibí una oferta de empleo de Europa Press para irme a Coruña.
Me dio un ataque de ansiedad.
“Uff, no. No quiero dejar este trabajo, estoy bien aquí”.
Leí la noticia de que iban a lanzar nuevas oposiciones para la Televisión Española.
Me puse MUY nerviosa.
“Ari, ya sabes que no serías feliz ahí”.
Me dijeron que había un puesto como redactora en una televisión en Colombia.
De nuevo, ansiedad.
“Es una gran oportunidad. Entonces, ¿por qué todo mi cuerpo se pone en alerta al pensar en irme? No será… ¿No será que realmente no quiero hacerlo?”.
Hay una serie de Netflix que se llama Crazy Ex Girlfriend. En ella, la protagonista sufre un ataque de ansiedad cuando le comunican que la van a ascender a abogada senior porque realmente el derecho no la hace feliz.
En ese momento me di cuenta de que nunca me había sentido tan identificada. En la serie, ella dice “¿acaso no es así como se siente la felicidad?”. No, no es así. La felicidad no es una explosión de emociones que te paraliza y transforma tus tripas en papilla de mariposas. La felicidad es un sentimiento de calma y paz interior que perdura en el tiempo.Así que, para ser feliz, tenía que “renunciar” a mi sueño de ser periodista.
¿Realmente era el periodismo mi sueño?
Me puse a pensar. ¿Cuál había sido la razón que me había llevado a elegir esa carrera? No recordaba haber querido ser periodista cuando era pequeña. Más bien fue una idea que se me fue instalando en la cabeza por algún tipo de razón. Pero ya no la recordaba, había pasado demasiado tiempo y me había repetido tantas veces que lo que quería era ser periodista que no contemplaba que aquello fuera una mentira.
Así que intenté volver a los orígenes. A la raíz. Y la respuesta de por qué había elegido la carrera de periodismo se dibujó ante mis ojos, y era mucho más sencillo de lo que me imaginaba: porque me gusta escribir.
Escribir.
¿Qué estaba haciendo yo en mi trabajo día a día? Escribir.
¿Qué estaba haciendo por las tardes, cuando me dedicaba a mis encargos freelance? Escribir.
Mi sueño era escribir, no el periodismo.
Ahí estaba la solución a todos mis problemas.
Ahora puedo decir que he adaptado mi realidad, borrando mis expectativas para ser feliz. Me he acomodado. Sí, me he acomodado. Me he librado de la idea de que tengo que vivir una vida extraordinaria para ser feliz. Y haciendo eso, considero que llevo una vida realmente extraordinaria ahora.
Así que renunciar a los sueños para ser feliz puede ser una victoria, siempre que encuentres la raíz de por qué te los marcaste en primer lugar. Quizás descubras que realmente estás cumpliendo las expectativas que tus padres pusieron en ti, o las que tú misma idealizaste cuando era pequeña porque querías parecerte a algún personaje de la tele. ¿Quién sabe? El caso es que si tus sueños ya no te hacen feliz, tendrás que aprender a apartarlos.